18 febrero, 2013

Arrastro desde mi nunca olvidada etapa de secundaria, un aforismo latino que me puso con un bolígrafo rojo mi profesor de lengua y literatura, el P. Emilio de Río, al final de una redacción. Tardé años en saber descifrarlo de modo adecuado, es decir, con moderación y sin dejarme arrastrar por la obsesiva tentación del adolescente que aspiraba a ser “sublime sin interrupción” (Oscar Wilde). Por aquel entonces yo estaba interno y cada noche, antes de la cena, disponíamos de una hora para escribir en un cuaderno, y sentados en perfecto silencio en el aula, acerca de un tema que se nos daba justo en ese momento. Por lo tanto no podíamos echar mano de ningún material y había que extraerlo todo de un caletre bombardeado ya por una incipiente explosión de estímulos inconexos que dificultaban la introspección y la serenidad reflexiva.

El tema propuesto resultó ser mi prueba del nueve, la que iba a probar indefectiblemente la existencia del maremágnum de expectativas, entusiasmos, contradicciones, despistes, lugares comunes y dudas que anidan en la mente de todo adolescente: “Qué quieres hacer con tu vida el día de mañana”. ¡Uf!, recuerdo como si fuese hoy mismo que era la primera vez que alguien me preguntaba eso en serio, y con la exigencia además de tener que razonar de modo coherente mi respuesta. Como buen escapista que era en aquella época, me salí por la tangente indicando algo así como que la vida es un libro abierto que se escribe solo, que no hay que limitarse desde tan temprano con metas ilusorias y que el tiempo me traería en cada momento lo que me correspondería hacer. La corrección, y único comentario en letras bien rojas, del insigne profesor fue la siguiente: Sapere aude! Así, en latín, como si fuese la inscripción de una lápida en un cementerio romano, para que se me quedara bien escrita en la frente…

¿Qué es lo que me quería decir? La traducción es ¡atrévete a saber!, aunque también se puede traducir por atrévete a entender, apreciar, tener juicio o inteligencia, tener sabor… En definitiva, que empezara a definirme, que no demorara más la búsqueda de mi identidad, que me pusiese a la tarea de tomar decisiones sobre mis objetivos y preferencias y, cómo no, que me aclarase acerca de qué podía esperar ya inicialmente de mí mismo. El aforismo era y es excelente, pero lo triste fue que aquel profesor se limitó a escribirlo en un cuaderno (que guardo como oro en paño) pero nunca lo comentó conmigo, ni aprovechó esa circunstancia para tratar asunto de tanta enjundia en la clase con el resto de los compañeros, la mayoría de ellos tan perdidos como yo. Dejarle a uno solo a esa edades con un breve pero contundente mensaje es siempre una ocasión de oro perdida, una imperdonable oportunidad desperdiciada, porque desde el punto de vista educativo se corre el riesgo de que se quede en una frase más para olvidar del inextricable “sermón de los adultos” o, por el contrario, que acreciente el abismo de los aspectos inquietantes y misteriosos de la vida, añadiendo así más leña al fuego de las incertidumbres adolescentes.

Lo cierto es que las sentencias o lemas breves que contengan cierta carga “doctrinal”, o en este caso reglas de vida positiva por así decirlo, pueden servir muy bien para anclar la atención del adolescente en aspectos básicos que tienen que ver con su maduración saludable. Funcionan a modo de eslóganes publicitarios, pero con un significado personal indudable, guiando su mirada hacia lo que les es relevante. Ahora bien, la cuestión reside en saber elegir los aforismos adecuados cuyo contenido sea susceptible de ser asumido como valioso para el momento y el contexto de los alumnos que tenemos en nuestra aula y, a continuación, profundizar en ellos y mostrarles cómo aplicarlos y desarrollarlos. Os propongo el que encabeza este post (protección a distancia) por el importante sentido que posee para el alumnado de secundaria.

Los y las adolescentes buscan y practican su identidad a trompicones y viven en la inestabilidad del que, por un lado, se siente que no es nada y, por otro, ejerce la autoafirmación dura de quien tiene todo el mundo por delante (Funes Artiaga). El grupo les sirve de refugio, en él crean sus referencias y comparten con él un común denominador de actitudes, comportamientos y afinidades, pero al mismo tiempo necesitan marcarse un estatus diferenciador que les permita ser reconocidos como “alguien” con valor propio, un sujeto diferente y original poseedor de un margen suficiente de libertad frente al pensamiento (y a veces la hipnosis) del grupo. En otras palabras, que se puede ser leal al grupo de iguales, porque eso implica reciprocidad (atención, ayuda, comprensión, respeto a las independencia de ideas y creencias, etc.), pero no hay que ser fieles al grupo, ya que la fidelidad no recibe nada a cambio y se puede asemejar más bien al sometimiento. Por eso la mejor manera de dejar bien claro a los iguales que uno es autónomo y con ideas propias, sin dejar de ser afín, es emplear habilidades de autoafirmación y de oposición asertiva siempre que haya presión inadecuada (i.e.: “juego sucio”), para ir destilando así esa deseada imagen de modo de ser independiente que les da protección a distancia, que le preservará además, entre otras cosas, de caer en conductas de riesgo.

Las habilidades de autoafirmación más importantes para ir haciendo efectiva la construcción de esa protección son las de expresar opiniones con autoridad, hacer críticas, defender derechos y el enfrentamiento asertivo ante los ataques y presiones. Si se les enseña esas habilidades, dentro de un programa de prevención, se aumentará su autoestima y la percepción de eficacia. El lema de la “protección a distancia” es pues una invitación directa a que solucionen situaciones, en principio complicadas, empleando unos recursos que han aprendido con la ayuda del docente y que dan respuesta eficaz a la necesidad de poseer una actitud crítica, legítima y necesaria, hacia el pensamiento común tan lleno de trampas. Ese lema les recordará que se puede estar cerca de los compañeros, pero salvaguardando una distancia de seguridad que les va a proporcionar una progresiva estabilidad y confianza en sí mismos. Una vez más, merece la pena ponerse a ello en el aula.