17 marzo, 2013

Si a la pregunta cuál es tu color favorito, contestamos el color carne, cada uno de nosotros pensará de forma abstracta en ese color. Sin embargo, si cogemos el rotulador marrón oscuro daremos paso a la diversidad y a la atención a la diversidad. Hoy me atrevo a recomendaros un cortometraje que potenciará la conciencia y solidaridad de vuestros alumnos, les hará dudar de las certezas inamovibles de nuestra sociedad occidental del siglo XXI y les provocará toda una serie de dudas sobre la escala de valores en la que nos movemos. Es un festín para los sentidos de la concordia, la amistad, la solidaridad y la necesidad de la educación para todos y todas, sin importar el color de nuestra piel, nuestras creencias religiosas, nuestra complexión física, nuestras características psíquicas, ni de dónde venimos y, sobre todo, que nada ni nadie coarte el hacia dónde vamos.

Si dispones de 30 minutos en tu aula te recomiendo que los inviertas en ver el documental educativo titulado Binta y la gran idea, dirigido por Javier Fesser y nominado en 2007 al Óscar al mejor cortometraje. Eso sí,  hazlo de forma colectiva, en silencio, explica brevemente que nos vamos a un país africano donde una niña quiere ir a la escuela para aprender, avisa que está en francés (pero dispone de subtítulos en castellano) y prepárate con otros 30 minutos más para dialogar, conversar y dar espacio a la gran cantidad de reacciones que provoca su visionado y casi el compromiso inmediato en la búsqueda de un mundo más justo.

Binta y la gran idea es uno de los cinco cortometrajes que corresponden a la película En el mundo a cada rato (2007), en la que cinco directores muestran su visión sobre distintas realidades que afectan a la infancia y por las que UNICEF trabaja en todo el mundo. El corto propuesto narra la historia de Binta, una niña que vive en una pequeña aldea de Senegal, y va a la escuela. Con su voz en off cuenta que su padre, un humilde pescador,  tiene una “gran idea” y ella le va a ayudar a llevarla a cabo. Gracias a un amigo, su padre conoce las maravillas que ocurren en las tierras del norte, de los blancos, de los “tubab”, donde pueden coger toneladas de peces con barcos muy equipados, que viven en la abundancia y que necesitan armas para defender los beneficios. Mientras, en la escuela, Binta y sus compañeros montan una obra de teatro para hacer ver a los vecinos que los niños y las niñas deben ir todos a la escuela, para evitar que les engañen cuando sean mayores, como le sucede a la tía de Binta al vender su fruta en el mercado. Y llega la “gran idea”. El padre de Binta se presenta ante las autoridades con la siguiente carta: «Si seguimos el camino que el primer mundo nos marca corremos el riesgo de que los hijos de nuestro hijos se queden sin peces, sin árboles, sin aire…y el afán de acumular bienes nos lleve a perder el sentimiento de solidaridad y que el miedo a perder las riquezas acumuladas nos lleve a destruirnos entre nosotros. Es por ello que quiero aportar mi pequeño grano de arena, solicito iniciar los trámites de adopción de un niño tubab (blanco). Ya destetado, a ser posible, para que pueda aquí desarrollarse como persona y adquirir los conocimientos necesarios para ser feliz en nuestra humilde comunidad». Y sigue el padre de Binta con otra frase: «todos los niños del mundo tienen derecho a educarse en un espíritu de amistad, de tolerancia, de paz y de fraternidad. Todos los niños, incluso los tubab (blancos)».

Os garantizo que el impacto emocional en el alumnado es muy grande y sus efectos largos y continuados en el tiempo. Te enamoras de la historia y caes rendido bajo el “síndrome de Binta”. El mundo es muy diferente y todo depende de los ojos con que lo miremos. Por lo menos, hagamos que nuestros jóvenes sigan ampliando sus miras y estas sean más generosas, solidarias, diversas e incluyentes. “Lo importante en la vida no es tener fuegos artificiales, cohetes ni petardos, sino tener algo que celebrar”, recuerda el maestro de la escuela a Binta y sus alumnos.