2 enero, 2014

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Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva a la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo”. Este fragmento que puede sonar apocalíptico pero que resulta definidor de este arranque del siglo XXI pertenece a la filósofa estadounidense Martha Nussbaum en su obra Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita las humanidades, Katz editores, Madrid, 2010, p. 20.

Quizás pensando en una carta abierta al año 2014, en un regalo para los Reyes Magos, la integración de todas las tendencias educativas, la interdisciplinariedad del ser humano o la atención a la diversidad de asignaturas “instrumentales y marías”, podemos recomendar la lectura de este libro a profes y padres, a la vez que una reflexión sobre la necesidad de una educación lo más humana y humanística posible y no encaminada a ganar dinero a corto plazo. Y sigue Nussbaum: “estamos en medio de una crisis de proporciones masivas y grave significado global. No, no me refiero a la crisis económica que comenzó el año 2008. Al menos, en este caso todo el mundo sabe que existe y muchos líderes mundiales trabajan rápida y desesperadamente para encontrar soluciones. No, me refiero a una crisis que está pasando desapercibida, como un cáncer, una crisis que puede ser, a largo plazo, mucho más destructiva para el futuro de la democracia: la crisis mundial en la educación“. Esta pensadora y profesora mantiene que hoy “se ha asentado en los sistemas educativos la idea de que solo las ciencias, la tecnología y el inglés son importantes, mientras que las demás asignaturas son un lujo mono, como era la costura, el piano y la cultura general para las señoritas del siglo XIX. (…) Las humanidades son necesarias para pensar críticamente, para superar las lealtades locales y acercarse a los problemas globales como un ciudadano del mundo, y, finalmente, para comprender empáticamente a otras personas, (…) cosas esenciales para la democracia”. De este modo concluye, la educación debe ser for profit (con ánimo de lucro) y not for profit (sin ánimo de lucro). Ambas cosas, pero no solo una, ambas.

Una vez cubiertas nuestras necesidades básicas de salud, techo y comida tenemos otro tipo de necesidades que no pasan por tener dinero. Al terminar nuestros deberes, sean profesionales, laborales, familiares, los momentos de mayor satisfacción personal, en familia o en grupo siempre son con arte, humanidades o creación humana. Sí, VIVIR (con mayúsculas) y sin ánimo de lucro es escuchar música, leer un libro, ver una película, visitar un museo, ascender una torre, bailar un bolero, subir la cremallera de una nueva chaqueta, admirar una pintura, sufrir con un partido, disfrutar de un diseño, aplaudir en un teatro, reflexionar con un ensayo… Los mayores placeres en la vida, las mayores satisfacciones, esa sensación de cosquilleo interno, los mejores recurdos… los ha producido, los produce y los producirá el ARTE, las HUMANIDADES, la CREACIÓN HUMANA. Y, sí (aunque de forma distinta), la satisfacción es para creadores (compositores, intérpretes, actrices, escritores, pintores…) y recreadores (oyentes, espectadores, lectores, bailadores…). Del siglo XX pasarán a la posteridad Chaplin, Picasso, Mahler, Chanel, Pelé, Callas, Le Corbusier (dejemos a los políticos a un lado, buenos-Churchill o atroces-Hitler) y todos los grandes científicos que nos permiten avanzar en salud y bienestar común para disfrutar de la vida y el arte. Y, sí, el arte, las humanidades también son rentables, muy rentables. 

Y no hablamos de placeres refinados, exquisitos y al alcance de muy pocos. No, el arte, las humanidades son para todos y más desde el siglo XX, gracias a la democratización de la educación y a la “reproductibilidad” de los objetos artísticos: sea un libro, un disco, un balón o un pantalón (no vamos a entrar en discusiones de arte culto o arte comercial, circunstancia bastante objetiva, aunque también subjetiva). Las mayores alegrías nos las produce el arte. Un ejemplo trivial pero práctico. Habitualmente pregunto a mis alumnos si a partir de hoy podrían vivir sin volver a escuchar música, ver una película, leer un libro, comprar ropa, jugar con un videojuego…La respuesta, unánime es: ¡NO! Vivir no, más bien sobrevivir, vegetar, la banalización del ser humano. Y parece ser que ya lo tenían claro en la Prehistoria, aunque entendiesen las pinturas rupestres como un arte utilitario.

Los niños de hoy y que definirán el siglo XXI también tendrán una excelente formación artística y humanística, sea proporcionada por sus padres, por sus maestros o por el Estado, no lo sabemos, pero la obtendrán de algún modo y su espíritu creativo, su capacidad de reflexión analítica y crítica y su ilusión de prosperidad nos ayudarán a vivir más y mejor. ¿Y por qué será posible? Lo dicho, porque el ser humano necesita el arte, las humanidades y la creación humana para vivir. Siempre quedará alguien para que no nos priven esta capacidad de disfutar. Desde hoy, toda nuestra gratitud, por integrar lo artístico en lo cotidiano, porque ahí sigue residiendo el desarrollo humano.