26 enero, 2014

En muy raras ocasiones tenemos tiempo para desarrollar el pensamiento creativo en nuestras aulas. Todos sabemos que los docentes, para poder cumplir el currículum, no siempre pueden experimentar, ni trabajar de forma innovadora con los estudiantes. Las limitaciones temporales y las exigencias de contenidos, nos suelen llevar a un trabajo metódico donde la repetición forma la base del sistema pedagógico. Y a pesar de que sabemos lo poco efectivas que son esas fórmulas, muchos centros acaban volviendo a caer en ellas, sea por inercia o por la preocupación ante las pruebas externas.

Ante esa situación, es muy complicado establecer mecanismos donde el estudiante sea capaz de pensar por sí mismo, de crear su propio aprendizaje, o de compartir sus conocimientos con los demás.
La creatividad, en muchas ocasiones, se basa en la habilidad de hallar relaciones diferentes entre factores preexistentes. Si conseguimos conectar dos elementos dispares, hallar sus puntos comunes y fomentar una sinergia entre ellos, estaremos fomentando la creatividad activa. Realmente, cada nuevo concepto se basa en ideas o en presupuestos anteriores, y cada vez que se produce un cambio importante en la historia creativa de la humanidad, es porque alguien ha visto esos hilos invisibles entre dos objetos, entre dos notas, entre dos palabras. Si no dejamos que el alumnado se acerque a esa magia, estaremos perdiendo la posibilidad de que utilicen su mayor potencial. En la niñez y la adolescencia la creatividad de nuestros estudiantes es torrencial, pero tenemos que fomentar su desarrollo en el aula. No hacerlo, conlleva que esos mismos niños y niñas, tiempo después, no sean capaces de cambiar su forma de enfrentarse a la realidad. Si no les enseñamos a ser flexibles, a encontrar relaciones nuevas, si no les preparamos para que piensen de manera original, tampoco podemos esperar que mejore el mundo. Ellos y ellas son los que deben crear un futuro desde nuestro presente; y el poco tiempo del que disponen para imaginar, para actuar de forma colaborativa, o para pensar nuevas posibilidades, limita tremendamente su educación.Este mismo concepto puede llevarse también a sus relaciones personales: el hecho de encontrar puntos comunes entre ellos y los demás hace que disminuyan sus enfrentamientos. Cada uno de nosotros ve la realidad desde su prisma, cada uno tiene su propia percepción. Y esta percepción no suele coincidir con la de los otros, porque tamizamos la realidad con nuestras propias ideas preconcebidas, con nuestros conocimientos anteriores y con nuestros prejuicios. Por mucho que nos esforzáramos en hallar elementos objetivos, nuestra forma personal de mirar el mundo acabaría influyendo. La única posibilidad de mejora es desarrollar esa capacidad en el alumnado para enfrentarse a cada problema de forma creativa, para encontrar puntos comunes que permitan resolver los conflictos. Una metodología de trabajo va formando también una línea de pensamiento. Hasta ahora, nos hemos preocupado de conseguir que nuestros alumnos adquieran un contenido repitiéndolo, estudiándolo y realizando las prácticas dadas. Es natural pensar que no tendrás mucha flexibilidad en tu vida ni en tus relaciones con los demás, si la educación te enseña una verdad establecida, te impone ejercicios para observar resultados previstos y mantiene tu potencial para investigar, para cuestionar y para crear totalmente coartado. La educación tradicional limita mucho la creatividad de los estudiantes, pero limita también sus posibilidades para mejorar las relaciones personales, hallar maneras de resolver problemas y encontrar puntos de colaboración común. Todas estas cuestiones, que son necesarias para la vida que van a llevar, son posibles en nuestras aulas si nos abrimos a la idea de favorecer el pensamiento creativo.

Yo soy una de esas personas que siempre dicen que no saben dibujar. Cuando era un niño, igual que los demás, tuve que hacer dibujos en el colegio. Aprendimos a realizar algunas formas básicas, pero éramos conscientes de la poca importancia que se le daba a esa materia. Ahora, cuando doy cualquier charla, y tengo que dibujar algo para explicarme visualmente, soy consciente de que, en mi caso, valen más mil palabras que una imagen -el público también es consciente-. Sé que debería aprender, porque echo de menos una serie de destrezas que me permitirían expresarme visualmente de una forma más efectiva. La mayor parte de las personas que echamos de menos esas habilidades no lo remediamos. Y esto es un problema educativo. No tenemos una destreza que consideraríamos útil para nuestra vida y además carecemos de la motivación para alcanzarla. En cuestiones tan simples como ésta podemos encontrar un rasgo de la educación que hemos recibido, y no hablo sólo del dibujo. Hay habilidades fácilmente observables, como saber dibujar o saber bailar, pero hay otra serie de destrezas, relacionas con la creatividad, con el trabajo en equipo, con la facilidad para ponerse en el lugar del otro, que son mucho más difíciles de observar. Y sin embargo resultan fundamentales. La escuela puede enseñarnos técnicas o puede motivarnos para que las adquiramos, pero si no lo consigue, hay muchas cuestiones importantes que se perderán. Y no podemos permitirnos que nuestros estudiantes olviden la importancia de la creatividad, porque la creatividad es lo único que puede mejorar el mundo.