25 julio, 2014

Los barrios de Fontiñas y San Pedro concentran la cuarta parte de la población inmigrante residente en Compostela. Su otra característica diferencial es la fortaleza de su tejido asociativo. Sin embargo, la realidad es que esta población con orígenes en otros países no suele participar en las asociaciones y entidades que funcionan en sus barrios, una participación que podría ser un elemento fundamental para favorecer su integración completa. La Asemblea de Cooperación pola Paz (ACPP) inició hace meses el proyecto Barrios Abertos, que además de en Galicia también se está realizando en Asturias y Castilla-La Mancha. El objetivo es la integración social, cultural, educativa y sanitaria de las personas de origen extranjero, haciendo de los barrios “el núcleo primario de la socialización”.

Esta noticia, que fue publicada en un diario digital el pasado 11 de julio, y que podéis leer aquí, me pareció oportuna para dar por finalizado este ciclo escolar. Porque noticias que son alentadoras, que demuestran el interés social por realizar acciones de inclusión, deben ser difundidas. Es una pena que apenas  haya obtenido tres «me gusta»en Facebook, y que tampoco se haya compartido en otras redes sociales. ¡Ah, cierto! Estábamos en las finales del Mundial de Fútbol, y los medios estaban colapsados con noticias deportivas. El caso es que cuando estaba en casa, barruntando sobre el tema de mi último post, mi hija, estudiante de Magisterio, me dijo: «Pero, mamá, ¿no has escrito ninguna entrada sobre la inmigración, un tema que nos toca tan de cerca?» Sí que es un tema que nos toca muy de cerca, que afectó considerablemente nuestras vidas como familia, y que cambió bastante la visión que tenía al respecto. Casi simultáneamente cuando llegó a mi correo esta noticia.  

Si bien hace ya doce años que mi familia y yo llegamos a estas tierras, no hace falta tener mucha memoria para recordarlo. Las  situaciones emocionales, las más intensas, no se olvidan jamás. Como suelo decir, maletas con ropa, algunas fotos, y mucho temor e incertidumbre fue lo que traía  para «cruzar el charco». A nivel profesional, un título de «maestra jardinera» y una experiencia de dieciséis años en las clases de infantil de 5 años ―era el nivel que había en ese momento, ahora por suerte ya hay de 4 años. Un título que no fue convalidado, y tuve que rehacer la carrera de Magisterio. Reglas de juego, que como inmigrante tienes dos caminos: las aceptas o te dedicas a otra cosa.

Como madre, en esos momentos, visto desde la distancia, estaba más preocupada por la inclusión y adaptación de mis hijos, que por la mía. Un niño con apenas ocho años, que empezaba su curso escolar en marzo, cuando casi ya estaban acabando, y una hija de trece que se incorporaba también al último curso de primaria. No fue nada fácil.

Llegar a un pueblo pequeño facilitó algunos aspectos,  como por ejemplo, que el más peque de la casa podía jugar y moverse con una libertad que, precisamente, era algo de lo cual no disponía en Argentina, por cuestiones de seguridad. La docente a cargo de la clase,  en ese momento, le había organizado una fiesta de bienvenida, y sus compañeros le regalaron una carpeta con dibujos, que guardamos con mucho cariño. Podía ir y venir del cole caminando, y tuve que trabajar junto a los maestros para ayudar e informarles sobre cómo se debe proceder con un niño TDAH. No era tan conocido este trastorno como lo es ahora, menos aún las estrategias a nivel educativo. Enseguida aprendió la lengua valenciana y tuvo una integración muy satisfactoria entre sus pares.

A la mayor, en plena etapa adolescente, las cosas no  le resultaron tan  fáciles. No fue sencillo  dejar a sus amigos, y rehacer sus redes de contención social. En algunas ocasiones, sufrió acoso escolar. Sin embargo, su fortaleza hizo que superara todas las barreras y toda esa experiencia,  como futura maestra, le permitirá detectar con facilidad situaciones de acoso. También aprendió rápidamente  la lengua, como signo de integración para facilitarle la comunicación, pero la carga emocional se reflejó en el rendimiento académico que no fue el esperado, en contraste con el obtenido antes de emigrar de Argentina. Es un claro ejemplo de resiliencia, entendida como «una combinación de factores que permiten a un niño, a un ser humano, afrontar y superar los problemas y adversidades de la vida, y construir sobre ellos», Suárez Ojeda (1995).

Tanto mi esposo como yo misma tuvimos que realizar trabajos llamados «no cualificados» para poder sacar  la familia adelante. Nuestras ganas, unión, apoyo y amor familiar hicieron que todos los problemas y situaciones que parecían adversas las afrontásemos con entereza. Y  lo seguimos haciendo. 

A nivel personal, hice grandes esfuerzos emocionales para apuntalar a mis hijos y, a nivel profesional los hice pero para poder continuar con mi verdadera vocación: regresar al aula. Soy inmensamente feliz cada vez que tengo a mi cargo un grupo de pequeños y pequeñas.  Me complace enormemente pertenecer a la escuela pública porque, siempre, allí y aquí, la he defendido. No podemos permitir que esta sea maltratada, menospreciada, descalificada, y transformada en «guetos». La clase política, las familias y el propio colectivo docente deben demostrarlo con acciones. Gran pena e indignación me provoca cuando veo  que sus hijos asisten a escuelas privadas porque en tal o cual escuela pública está «llena de inmigrantes». No me gustan las demagogias y los falsos discursos…

Por ello, cuando leí la noticia que inicia este post, esta vez más personal, un gran rayo de luz se coló entre mis libros, apuntes, algún títere y los colores de mi biblioteca. Si bien, en la prensa ya no se hay tantas publicaciones como en aquellos lejanos años en los cuales la masa inmigratoria invadía España, el tema sigue siendo candente en nuestras aulas. No solo es inmigrante el alumnado cuyos padres vienen de otro país. Son inmigrantes  también aquellas familias españolas que por la grave crisis económica, ha tenido que trasladarse a otra comunidad para trabajar. Estos niños, niñas, jóvenes, padres y madres son los que necesitan nuestro apoyo y debemos generar, desde los propios barrios, acciones comunitarias que favorezcan la inclusión y la integración.  Sin duda alguna, este debería ser uno de los objetivos prioritarios en los proyectos escolares y en nuestras programaciones didácticas. Trabajar con la comunidad  para que,  nuestra escuela sea una escuela emocional, de esta manera  ayudará  a las familias a ser resilientes.  Como lo ha sido mi familia…

¡Felices y merecidas vacaciones!