30 noviembre, 2014
En muchas ocasiones, cuando queremos poner en marcha un nuevo proyecto en los centros educativos, acabamos teniendo serias dificultades burocráticas para llevar a cabo su implantación. Es comprensible que, dada la importancia que tiene la Educación Obligatoria y el Bachillerato, el sistema educativo mantenga unos criterios de homogeneidad. Esta homogeneidad, sin embargo, también hace que los centros no puedan adaptar suficientemente su proyecto educativo a la realidad que se encuentran en las aulas o a las propuestas de innovación que desarrollan sus profesores. El equilibrio entre la necesidad de mantener unos criterios comunes y la necesidad de flexibilizar la enseñanza, está convirtiéndose en uno de los más importantes conflictos en la gestión educativa. La mayor parte de los centros prefieren tener mayores cuotas de autonomía a cambio de someterse a un seguimiento de resultados. Es decir, los docentes consideramos que podemos mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje, si nos dan una mayor flexibilidad para desarrollar nuestro trabajo.
En la educación no formal, sin embargo, sí existen unas mayores cuotas de experimentación. Al no tener un desarrollo curricular tan exhaustivo, los docentes que trabajan en este ámbito se pueden permitir otra serie de metodologías. Hace poco me llamaba la atención la cantidad de propuestas creativas que se producen en las clases extraescolares de algunos centros. Y no estoy hablando de clases de música, pintura o teatro. Hablo de la metodología utilizada para impartir cualquier materia, desde una asignatura de retos intelectuales donde cada aprendizaje es una investigación, hasta unas clases de ajedrez donde los alumnos aprenden las jugadas mediante movimientos sobre tableros gigantes.
Todas estas personas que desarrollan esas clases extraescolares tienen una fuerte competencia por parte de otras extraescolares (especialmente las deportivas) y necesitan, no sólo hacer un buen trabajo que satisfaga a las familias, sino también conseguir que todo ese esfuerzo llame poderosamente la atención de los estudiantes para que sigan en sus clases. Es curioso que de esa necesidad, en muchos casos, se haga virtud. Y de la misma forma en que están cumpliendo el objetivo de mantener una gran afluencia en sus clases, mantienen también algo mucho más importante: la posibilidad de que los estudiantes disfruten con el aprendizaje. Sin este factor puede que sus clases bajaran el número de asistentes, pero también eliminarían un componente lúdico que, como todos sabemos, es fundamental para el aprendizaje. El hecho de que en estas clases se pueda experimentar sin miedo garantiza diferentes posibilidades a las que los docentes no siempre nos atrevemos.
Resulta realmente refrescante ver como algunas cuestiones,  que llevamos mucho tiempo realizando de la misma manera, pueden ser enfocadas de una forma totalmente distinta. Y estas cuestiones, en muchas ocasiones, abren una serie de caminos pedagógicos realmente interesantes. A veces se trata de pequeñas ideas, pero son ideas que pueden dar pie a un enfoque totalmente diferente. Un enfoque capaz de hacernos pensar que pueden existir otras formas de trabajar con los contenidos de siempre.
Hace poco escuchaba un podcast en el que una profesora de matemáticas, ante la falta de atención de sus alumnos, había decidido comenzar a dar su asignatura mediante un taller de robótica. Defendía, en la entrevista, que al tener que programar los pequeños robots, trabajaba toda una serie de contenidos totalmente presentes en su asignatura. El resultado es que sus alumnos estaban empezando a interesarse por la materia, al revestirse de un nuevo enfoque. Incluso se sorprendía ante el hecho de que estuvieran constantemente preguntándole sobre la forma en que mejorar sus modelos. A veces, si encontramos la clave, podemos hacer que una asignatura se convierta en un reto de conocimiento. Y todos disfrutamos con los retos. El mundo de la ciencia y de las artes avanza por la curiosidad y la necesidad de expresión que tenemos todos los seres humanos. Si conseguimos que el proceso de enseñanza se convierta en una investigación colectiva, en una superación de las dificultades a través del conocimiento, no sólo estaremos haciendo que nuestros estudiantes adquieran un contenido, lograremos también que sean capaces de obtener las destrezas necesarias para construir su propio mundo de ideas, creencias y pensamientos.
Es curioso como muchas de estas cuestiones que tanto estudiamos las personas que nos dedicamos a la educación, planificando la forma más adecuada de llevar a cabo un cambio, ya se están produciendo en algunas facetas de la educación no formal. Y quizá debemos plantearnos la necesidad de pasarnos por el aula a ver qué están haciendo. Porque si ellos son capaces de plantear pequeñas posibilidades de cambio, quizá deberíamos aprender todo lo que pueden enseñarnos. La educación formal debe reinventarse y nosotros, como docentes, debemos estar atentos a todas las ideas que puedan mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje de nuestros estudiantes.