18 enero, 2015

Tenía un profesor de armonía y composición que repetía siempre: “debes conocer perfectamente las normas, perfectamente… para después romperlas”. Todos los niños y adolescentes deben tener las mismas oportunidades, idénticas, es decir, tener acceso a las leyes, preceptos, modelos, reglamentos, pautas, patrones, disposiciones, métodos, criterios… de todo lo conocido y, además, aprenderlo o, como mínimo, saber de su existencia. ¿Para qué? Para después, de “mayores” saltárselos o combinarlos a su libre capacidad o conveniencia.

Si sabes cómo funciona una cosa puedes pulsar el botón y listo o preguntarte cómo es capaz de hacer una cosa tan difícil de una manera tan fácil. Si sabes que existe una determinada fruta quizás te preguntarás por qué no existe un vestido con ese color o se ha inventado un helado que contenga ese sabor. Si descubrimos un plumaje excelso en un ave quizás nos inventemos un nuevo personaje infantil de videojuegos.

Nadie nunca pide algo que no sabe que exista, sea una verdura, una película, una novela, un proceso químico, un viaje, un juguete o un modelo de calzado. Generalmente vivimos en lo conocido, en lo cómodo, en lo predecible y lo seguro. Da seguridad y tranquilidad hacer lo mismo cada día, esa especie de inercia y rutina que ofrece bienestar a un bebé, confianza a un niño, tedio a un adolescente, tranquilidad a un adulto y, de nuevo, estabilidad a un anciano. ¿O no es así? Se dice que la profesión docente es propensa a transitar en las costumbres, la repetición y la inacción, aunque sinceramente creo que es sinónimo de cualquier condición laboral. ¿Y si “jugamos” a darle la vuelta a todo? Cambiar lo habitual implica riesgo, angustia, contingencias y escollos. Sin embargo, ideas atrevidas obligan a renunciar al sentimiento de seguridad. Es corriente escuchar que “debemos tener los pies en el suelo y no pretender volar muy alto”, por aquello del miedo a caer. Y eso que volar muy alto no significa poseer veinte coches ni pretender arrasar la Amazonia, pero aferrarnos al suelo conocido impide cualquier vuelo, avance o progreso.

Una anécdota. En cierto momento, Mahatma Gandhi estaba a punto de subir a un tren y, al hacerlo, una de sus sandalias cayó a las vías. Reaccionó en una fracción de segundo tirando también la segunda sandalia, en lugar de intentar recuperarla. Alguien se beneficiaría de encontrar un par de sandalias, en lugar de una sola (citado en el informe ¡Buenos días, creatividad!, Fundación Botín, 2012). ¡Qué capacidad de reacción, qué idea, qué sabiduría y qué conciencia social! ¿Y si todos tuviéramos estos planteamientos tan lúcidos, tan rápidos y en beneficio de todos? ¡Ah, qué mundo!

Por estas razones, los niños y jóvenes deben poder tener acceso a todo y ampliar, así, su mundo científico, cultural, estético, gastronómico… todo, para que en el día de mañana sean ellos los que agranden el nuestro. Ampliemos la carta del “restaurante” vital de nuestros alumnos y no los sometamos a menús repetitivos, miopes o restrictivos.