16 febrero, 2015

¿Se puede llevar a un niño a la ópera? ¿Se debería llevar un niño a la ópera? ¿Puede un bebé, un niño o un adolescente “aguantar” 1 hora y 40 minutos de música seguida? ¿Sí, no, quizás? ¿Y si es un espectáculo “redondo”, ingenioso, chispeante, con buenos cantantes, una orquesta solvente y dirección de escena sorprendente? Seguramente sí, provocar una cerrada ovación, subidas de telón, incluso arrancar peticiones de “otra, otra, otra…” ¿No escogemos la mejor manzana del cesto para nuestros hijos? ¿Intentamos ofrecer lo mejor a niños y adolescentes? ¿Es posible educar a los niños y jóvenes con sucedáneos artísticos? No. ¿Es recomendable? No…

El bagaje cultural/literario/artístico/musical de un niño de tres años habitualmente se circunscribe al mundo de las series de animación y sus personajes favoritos de dibujos animados, es decir, un arcoíris peculiar de colores azul Pocoyó, rosa Peppa Pig, amarillo Sam el bombero, naranja gatita Lupe, añil o azul oscuro de Mike el Caballero, verde de los pasajeros del Tren de los Dinosaurios, rojo de los ferrocarriles de Chuggington o violeta del reino de Ben y Holly.

Resulta llamativo que la mayoría de teatros tienen prohibida la entrada a menores de 7 años o, excepcionalmente, menores de 5, a su programación habitual, sean óperas, ballets, zarzuelas, conciertos sinfónicos… PROHIBIDO y lo ponemos en mayúscula. Ni un segundo de confianza, ni un margen de presunción de inocencia (que la tienen y mucha), no hay opción. No se puede, así reza en el reverso de las entradas y en las normas generales. Algo así como un SE RESERVA EL DERECHO DE ADMISIÓN, que causaría escarnio o sonrojo en otras latitudes y aquí es algo que ni se debate. Curioso es confirmar qué franja de edad es más respetuosa en un teatro, la infantil o la adulta. Basta sentarse en un espectáculo en vivo o enlatado (cine) y entrever la función entre toses, papelitos de caramelos y toda clase de artilugios electrónicos zumbando (por cierto, también prohibidos).

Algunos de esos teatros ofrecen espectáculos infantiles o un programa/proyecto pedagógico, con mayor o menor fortuna. Otros invitan a ver los eventos en familia, en una especie de comunión colectiva, a prueba de todos los públicos. Evidente es que resulta más difícil convencer a un espectador que no llega con los pies al suelo que uno que peina canas. Un ejemplo “perfecto”. Niños, adolescentes y familias han disfrutado de El barbero de Sevilla, de Rossini en el Teatro Principal de Palma, con ovación final y petición de “otra, otra, otra…” porque se hizo “corta” la versión de 1 hora y 40 minutos (en la original 2 horas y 10 minutos). Baratijas no, arte sí.

Nunca hay que dar a los niños y adolescentes sucedáneos artísticos. Nunca. Hay que educar el paladar, el gusto, el espíritu crítico y eso pasa por la sensibilidad artística. Evitar versiones musicales con dobles, versiones literarias edulcoradas, adaptaciones literarias o cinematográficas… En este caso sí, la obra de arte se debe servir en bandeja y con calidad.

Malala en su discurso de recepción del Premio Nobel de Paz 2014 se preguntaba por qué los niños de su país de nacimiento reciben un sucedáneo de educación básica, mientras los niños de su país de acogida (Reino Unido) estudian Física, Química, Música o Historia del Arte. Sucedáneos no, educación sí. Bagatelas no, arte sí.

Escena final de El barbero de Sevilla, de Rossini en el Teatro Principal de Palma. Fotografía en www.diariodemallorca.es