19 abril, 2015

En este post intento, desde mi propia práctica, pensar en cuál sería mi Entorno Personal de Aprendizaje(en inglés: Personal Learning Environment, PLE) definido por Linda Castañeda y Jordi Adell como “el conjunto de herramientas, fuentes de información, conexiones y actividades que cada persona utiliza de forma asidua para aprender”.

Siempre llego a la misma conclusión: que es mi propia práctica, y la reflexión que hago sobre ella, la que me permite aprender a diario. De esta manera, mis convicciones como docente de Educación Infantil sobre temas como el título de este blog, también se reafirman. En este caso concreto no me referiré a ningún tipo de necesidad educativa especial, en términos de «discapacidades», sino a las necesidades que tiene cada niño de acuerdo a su edad, tanto cronológica como evolutiva.

En este momento, por segunda vez, estoy en un centro público muy pequeño, en un pueblo de interior, en el cual las clases se unifican por el número reducido de alumnado. En mi caso, estoy como tutora de tres y cuatro años, con dieciséis niños, «el número ideal». Pero no es tan ideal cuando conviven cinco de tres años (tres varones, dos niñas gemelas) con once de cuatro años (siete niñas y cuatro varones, también dos gemelos). Los ritmos de atención, la adquisición del lenguaje, el desarrollo emocional, los procesos cognitivos, la evolución motriz; estos y otros aspectos que trabajamos en esta etapa educativa están marcados por una gran diversidad, sin contar las diversidades definidas por las propias familias a las cuales pertenecen estos dieciséis alumnos. Familias de origen rumano, español, y marroquí. Insisto, parece fácil, pero no lo es. Pero estas palabras no deben ser interpretadas como apesadumbradas, sino como un desafío enriquecedor de mi propia práctica de aula. En la escucha, y sus tiempos de espera, es donde más se notan los contrastes y, para colmo de males, un centro donde cada año cambia la totalidad del plantel docente. Por lo tanto mi clase, el curso pasado, tuvo una tutora, y este año otra (ahora de baja por maternidad) y yo… la tercera. Y se nota mucho lo del refrán «cada maestro con su librito». Ellos y ellas, por supuesto, son los más susceptibles y sensibles a tantos cambios, a diferentes maneras, diferentes voces, a diferentes prácticas. Pero en esto poco podemos hacer los docentes a pie de aula, porque esas variables trascienden nuestros muros y es competencia de las autoridades educativas y sus leyes. A mi pesar, también me hacen sentir que poco importan las proclamadas necesidades e intereses de los alumnos, si bien están contemplados por la legislación. Tal es el caso de la LOMCE que expresa: «Se valorará especialmente el fenómeno de la despoblación de un territorio, así como la dispersión geográfica de la población, la insularidad y las necesidades específicas que presenta la escolarización del alumnado de zonas rurales».CAPÍTULO III Currículo y distribución de competencias

También como mi práctica no está regida en propiedad exclusiva por las leyes y promuevo la flexibilidad de los centros y del aula en su quehacer pedagógico, intento adaptar mi propuesta a lo que realmente necesitan mis pequeños oyentes. Entonces advierto que mi PLE se potencia con cada año escolar, y que aunque lleve más de veinte en la enseñanza, sigo siendo aprendiz ávida de enriquecer y satisfacer también mis necesidades e intereses, en cuanto a educación se refiere, intentando no olvidar nunca las palabras de Stenhouse «la teoría se revive a la luz de la práctica y la práctica a la luz de la teoría», conocida también como la investigación-acción.

También es una buena ocasión para recomendar una película francesa, entre tantas preferidas que tengo, llamada «Ser y tener», que nos deleita y adentra en una escuela francesa de carácter unitario en la cual profesor y alumnos (entre cuatro y diez años) comparten además de su vida escolar, su vida personal. En centros así, la diversidad en cuanto a edad, en la mayor parte del tiempo, la considero como una gran oportunidad para diferentes estrategias, como lo son la interacción y el aprendizaje cooperativo, la colaboración (los mayores ayudamos a los más peques con sus babis, sus pertenencias, etc.) Esa interacción diaria facilita el intercambio de ideas y relaciones personales (las socio-afectivas), la sensibilidad, el desarrollo de la creatividad, el arte, la educación emocional (aquí destaco que la aplico en todos los centros educativos). Los más pequeños escuchan también mis explicaciones a los más mayores cuando es una tarea del libro que llevan, y aprovechando que ya en cuatro años tienen más desarrollada la autonomía, luego me siento con ellos para trabajar otros contenidos (numeración, el nombre propio, esquema corporal, motricidad fina, lenguaje, etc.). Es en ese preciso momento cuando advierto que tienes que disponer de otras herramientas y recursos, que los momentos temporales son diferentes, y lo más motivador es que «todos nos nutrimos de todos, todos aprendemos de todos, todos somos un gran equipo».