4 mayo, 2015

“1) Los que no saben; 2) los que no quieren saber; 3) los que odian el saber; 4) los que sufren por no saber; 5) los que aparentan que saben; 6) los que triunfan sin saber y 7) los que viven gracias a que los demás, no saben”.

¡Qué sinsentido, dislate, esperpento, increpación y absurdo! ¡Cuánta genialidad, agudeza y gracia! ¡Qué sorna, chanza, cuchufleta y guasa! ¡Cuánta lucidez, discernimiento y sutileza!

Sea cual sea la definición que mejor se adapta a nuestro tipo de ciudadano y sea cual sea nuestra reacción (desde la irritación hasta la admiración o la carcajada), esta clasificación es el resultado de una curiosa anécdota ocurrida hace 111 años. Eran tiempos de tertulias de café y de cafés con tertulias, de esas en las que se hablaba y se hablaba y, a menudo, el ingenio brotaba con espontaneidad entre humo y licores. Uno de esos locales, que albergaban habitualmente atardeceres de conversación y coloquios encendidos, era el Nuevo Café de Levante, en la Calle Arenal de Madrid, muy cerca de la Puerta del Sol. En este punto de encuentro “fundado” por Ramón María del Valle-Inclán (escritor) eran habituales intelectuales y artistas del movimiento modernista y de la Generación del 98, tales como Miguel de Unamuno (escritor y filósofo), Ignacio Zuloaga (pintor), Benito Pérez Galdós (escritor), José Gutiérrez Solana (pintor), Pío Baroja (escritor), Santiago Rusiñol (pintor), Mateo Inurria (escultor), Eduardo Chicharro (pintor), Federico Beltrán Masses (pintor) o Rafael de Penagos (ilustrador).

Así, un viernes primaveral, el 13 de mayo de 1904, compartieron velada un amplio grupo de amigos e intelectuales, mientras se debatía sobre los siete pecados capitales del momento, la naturaleza de las personas y las distintas clases de españoles. Pío Baroja (1872-1956), a la sazón treintañero, mezclaba con sutileza su formación clínica con la de escritor, describiendo con especial agudeza psicológica a las personas y, por ende, a sus personajes. Así, con una observación objetiva de la realidad propuso una clasificación de los españoles de entonces en siete tipos distintos. Fueron los ya mencionados, distribución que mereció el ferviente aplauso de Unamuno y Pérez Galdós entre otros contertulios. Repetimos:

1) los que no saben,

2) los que no quieren saber,

3) los que odian el saber,

4) los que sufren por no saber,

5) los que aparentan que saben,

6) los que triunfan sin saber y

7) los que viven gracias a que los demás, no saben.

¿1904? Quizás este catálogo de “ciudadanos” sigue vigente y podemos adoptar la propuesta barojiana como válida 111 años después. Pidamos a nuestros compañeros, profesores, alumnos, amigos y familiares, “¿qué tipo de ciudadano, según Baroja, eres?” Opciones infinitas nos ofrece Don Pío. Se puede seguir con los pulgares encallecidos tecleando en el último artilugio tecnológico o reflexionamos un poco dentro de un desolador panorama de miseria intelectual, que integra poco, se diversifica menos y tiende a “monoculturizarnos” a todos. Solo nos queda la redención por la acción. En fin, cosas que pasan.

Foto en http://blogs.periodistadigital.com