17 mayo, 2015

En la red existen gran cantidad de webs referidas a diferentes temas educativos, y entre ellos. por supuesto. los relacionados con la inclusión y la atención a la diversidad, como es el caso de este blog de Acción Magistral. Esta semana, encontré un interesante artículo en la web de Ined 21, la cual recomiendo especialmente por la calidad de los artículos publicados. La entrada a la que me refiero nos invita a reflexionar con la siguiente pregunta: ¿Es la evaluación un momento más del proceso de aprendizaje? Ante este cuestionamiento, sin duda alguna tan complejo como lo es evaluar, surge en mí la necesidad de repensar la evaluación teniendo en cuenta la diversidad (social, cognitiva, emocional) que tenemos en un aula. Y claro está que surgen otros interrogantes: ¿debemos evaluar a todos los alumnos por igual?, ¿los indicadores usados deben variar según el alumnado?, ¿son fiables las pruebas estandarizadas? De esta manera, podría seguir con una lista bastante extensa de inquietudes que, estoy segura, a todos docentes se nos presentan.

Estamos en el último tramo del curso escolar, y es frecuente escuchar a nuestros compañeros los agobios por querer terminar el temario y, por ende, cumplir con las evaluaciones. El alumnado comienza a mostrar signos de cansancio, en nada ayudan las temperaturas veraniegas, sobre por las tardes; pero, aún así, están con las prisas de completar planillas para poder determinar si Juan, María, Kareem o Santiago han adquirido las competencias necesarias para poder “pasar al curso siguiente”. De solo pensarlo, me estresa. Porque no creo que la evaluación deba ser final ni recaer todo su peso en el último período de curso académico. Son muchos los autores que hablan de la evaluación como un “proceso continuo”, y ¿entonces? Cuál es el sentido de “apurar”, intentando abrir cabezas para llenar de contenidos que se olvidarán apenas comiencen las vacaciones de verano.

En muchas ocasiones, en las reuniones de evaluación de ciclo, escucho los suspensos y aprobados de tal o cual curso, siempre haciendo referencia a conceptos. Poco suelo escuchar si Juan es colaborador, si María sabe pedir ayuda o si Kareem ya maneja sus emociones. Pero, ¿no habíamos quedado en que la educación debe atender a la diversidad, a las necesidades de los niños y niñas, con una mirada holística? Creo que una parte de esa mirada, siempre queda desplazada por lo meramente cognitivo.

En educación infantil, la evaluación es aún más difícil, ya que los peques están en pleno proceso de construcción del aprendizaje —en términos de Piaget ajustes-desajustes, adaptación-acomodación—. Lo que hoy saben, al otro día parece haberlo olvidado. Como docente, soy incapaz de evaluar si tiene la noción de número solo porque ya cuenta de carrerilla hasta el 50 o más, o porque si ya lee frases, está alfabetizado. Muy arduo, sin duda alguna.

Si repensamos nuestra práctica educativa, seguramente cambiará nuestra mirada hacia la evaluación. En parte de este proceso evaluativo, toda la clase puede ser partícipe activa de su propia evaluación. Os aseguro que son capaces de darse cuenta de cuándo un examen no está bien, cuando no entiende un concepto, o cuando una conducta en el aula no es la adecuada. Entonces, por qué no proponer que una parte de la evaluación sea realizada por ellos mismos. Esta claro que esto también se debe enseñar (desde el comienzo de curso), ya que no están acostumbrados a hacerlo y solo esperan recibir una nota, un número que determine si aprobó o no su control. De esta manera, podemos confrontar nuestros resultados con los obtenidos por el propio alumnado.

Miguel Ángel Santos Guerra —admirable autor libro “La escuela que aprende”—, en su libro hace referencia a la evaluación, y expresa textualmente: «El concepto de evaluación es polisémico y es preciso delimitarlo semánticamente…Defiendo un tipo de evaluación que haga posible el conocimiento valorativo de los que sucede en la escuela. No me interesan otros tipos de evaluación: los encaminados a la medición, a la comparación, a la clasificación». Y, a continuación, enumera una serie de condiciones que debe reunir la evaluación para ser considerada como un excelente medio de aprendizaje, no solo para el alumnado sino para toda la comunidad educativa. Recomiendo su lectura, pero sobre todo el punto en que expresa que la evaluación debe ser “democrática”, porque participan todos los integrantes de la comunidad, decidiendo qué se hace, cómo se hace. Intercambiando opiniones, para negociar, para acordar cuáles serán los resultados: «cuando la evaluación es jerárquica corre el riesgo de ponerse al servicio del poder y no de los intereses de la comunidad».

Leyendo a este reconocido autor, me doy cuenta que sí podemos cambiar nuestro enfoque hacia la evaluación, como así también hacia nuestras prácticas educativas. Tarea compleja en la cual influyen, de manera especial, nuestros propios modelos educativos. Sin embargo, como responsables del proceso de aprendizaje del conjunto de nuestra clase, no podemos quedarnos estáticos, inmovilizados. Debemos investigar nuestra práctica y nuestra propia autoevaluación. Con ello, no solo conseguiremos optimizar nuestra perspectiva, sino participar activamente en el proclamado cambio educativo.

*Imagen de Mafalda encontrada en http://www.grupofaro.org/?q=node/1086