15 noviembre, 2015

Después de lo acontecido la noche del viernes pasado en París, no puedo dejar de sentirme triste y preocupada. Esta mezcla de emociones y sentimientos hacen que también me cuestione el rol que tenemos los educadores como parte importante de la sociedad en la cual vivimos. La Ministra de Educación de Francia, Najat Vallaud-Belkacem, ha escrito una carta expresando que los alumnos preguntarán y es importante que les respondamos. Del mismo modo ha informado sobre ciertas medidas, como hacer un minuto de silencio, la suspensión de salidas de los alumnos, la disponibilidad de equipos psicopedagógicos preparados para apoyar a las familias y a los afectados, etc. Sobre, todo ha enfatizado la importancia de mantener unida toda la comunidad educativa, y ha ofrecido su incondicional apoyo en estos momentos tan penosos.

No sé qué pasará en las aulas españolas, pero creo que debemos y tenemos el deber moral de mencionar este atentado. Es una oportunidad para también trabajar otros aspectos como el respeto a la diversidad, la falta de tolerancia, las ideologías, etc. La escuela no puede estar ajena a estos acontecimientos, aunque nos pille a kilómetros de distancia. Y también me pregunto si realmente la educación es el arma más poderosa, en relación a lo que decía Nelson Mandela: «La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo».

Los docentes, día a día, colaboramos en el aula con la construcción de una sociedad más justa y con una educación que llegue a todos y todas. Está claro que es una situación de un entramado socio-histórico y cultural muy complejo, pero que por ello no debe infundirnos temor, o peor aún, indiferencia. Estoy convencida de que en la actualidad urge educar en valores, educar emociones, actitudes; pero es real también que solemos estar atrapados en el cumplimiento de las órdenes curriculares, en llenar cabezas con contenidos, y se dedica escaso tiempo a lo que verdad importa: ayudar a nuestros alumnos y alumnas a construir un mundo mejor, a colaborar con las familias para educar a niños, niñas y jóvenes íntegros y empáticos. Empatía, ¿será está la clave? La empatía (del griego , ἐμπαθής emocionado) «entendida como la capacidad cognitiva de percibir lo que otro individuo puede sentir. Es también descrita como un sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra». Sin duda alguna debemos comenzar a enseñar a desarrollar esta capacidad cognitiva y emocional de nuestros pequeños. Quizá descubramos que no es una palabra de moda sino un acto necesario en nuestra convivencia como ciudadanos. Está demostrado que en aquellos centros educativos en el cual hay proyectos que ponen más énfasis en una educación colmada de valores, más que de otros contenidos, suelen obtener resultados favorables en cuanto a la resolución de conflictos. Dentro de estos valores, aparece una vez más la paz, que en el calendario escolar tiene su día especial de celebración, cuando en realidad todos los días deberíamos promover actitudes para trabajarla, motivos hay… y de sobra. Debemos concienciar al alumnado de que su trabajo en el aula ayuda a mejorar el mundo, a construirlo desde la paz.

Navegando, encontré en un blog, “Jugar y actuar: armas para la paz” un aporte muy significativo en cuanto al concepto de paz, que hace mención a Manuel Méndez y Pilar Llanderas en su texto Educar en valores: educación para la paz.

«La paz es un espacio de encuentro y un tiempo de relaciones humanas gozosas. Ni es solo ausencia de guerra, ni significa ausencia de conflictos. Convivir en armonía puede suponer un conflicto continuo, pero es positivo en el sentido que es una derrota continuada de la violencia. Las relaciones humanas son siempre conflictivas y la superación pacífica y positiva de estas situaciones es precisamente la forma de convivencia armónica de las distintas culturas, pueblos, religiones, sexos, razas y demás diferencias que puedan servir de excusa para la división, el antagonismo, el odio o la incomprensión.»

Precisamente, a esto me refería en el párrafo anterior. Todos los días debemos tratar la paz, porque todos los días, por diversos motivos, nos encontraremos con distintas situaciones conflictivas en el aula. No podemos esperar noticias tan dolorosas como la de los atentados de París. En esta ingente labor, debemos trabajar, codo a codo, las familias de nuestro centro escolar, las autoridades de la comunidad donde está inserta la escuela, los equipos directivos y claustros de maestros/profesores, los más peques, los mayores. Todos. No podemos ni debemos permitirnos sentirnos solos, ni que nuestras aulas estén aisladas de la realidad. Abrir ventanas y puertas para que entre la luz de la esperanza, el sol que nos da energía y ganas de trabajar con optimismo, con esperanza en que podemos aportar un granito de arena a este mundo tan convulso, en el cual lucharemos para que nuestros hijos logren vivir en un mundo mejor, para que aprendan a legitimar la tristeza, el enfado, pero también para que aprendan estrategias y herramientas para que estas emociones tan desagradables que hoy sentimos no dejen paso al odio, a más violencia y a más ira. Una vez más, me hago eco de sus palabras, con la ilusión de que su legado se cumpla:

«Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es quien no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo». (Nélson Mandela-1918-2013)

Imagen de http://www.santospresidente.com/media/Cooperativa-manos-01.jpg