24 abril, 2016

Al menos una vez durante la etapa educativa todo niño o adolescente debería experimentar el éxito merecido, la satisfacción interna de saberse merecedor de algo, sea lo que sea (el reconocimiento de sus compañeros, el aplauso de su centro educativo, el orgullo de sus padres, superar un examen difícil, el primer lugar en una carrera de educación física, escribir la mejor poesía de un concurso, el piropo de un profesor o tocar aquella pieza en clase de música). Todos, sin excepción. Ese instante fugaz puede suponer 16 años de “gasolina” o más para su escolarización (y, aunque pueda parecer una utopía, evitar el abandono escolar temprano). Es decir, todos y mucho, muchísimo más un niño y un adolescente, necesitan ser reconocidos en su entorno cotidiano, considerados, amados, tenidos en cuenta. Vamos, dicho llanamente, que les “hagamos caso”.

 

¿Y si en lugar de sentirse protagonista un único día en el cole, ese chaval fuera el centro (para bien) casi todos los días de su escolarización? Pues si este “hacer caso” pasase a ser habitual, la autoestima subiría más que los fuegos artificiales, la seguridad en uno mismo se expandiría y la confianza aseguraría más constancia en los estudios, mejor rendimiento… Y está claro que el beneficiario de ese “hacer caso” son los niños, los adolescentes… todos los estudiantes… Pero, ¿quién debe hacer caso? Pues toda la sociedad: la “tribu” entera educa, los padres, los abuelos, la familia, los profesores, los compañeros, la administración pública, el panadero, el alcalde, el ministro de educación, el taxista, el pediatra… Si todos sin excepción remáramos hacia una misma meta, los resultados no se harían esperar: transformar la escena educativa y así, el “cliente” principal, los estudiantes, convertirse en los protagonistas del progreso real de una nación.

 

Quizás alguien crea que esto es una pretensión exagerada y no se puede clasificar a los estudiantes en amados o ignorados, que hay que evitar toda “categoría”. Sin embargo, los derechos humanos de los niños preconizan la igualdad de oportunidades. ¡Ah, si este derecho fuese efectivo, real! La política debería confluir con la ética para legislar “haciendo caso” a la creencia en la solidaridad universal que los humanos deberían tener.

 

“Hacer caso” es que nadie se sienta excluido en un aula ni quede atrás (ni por raza, sexo, religión, acoso, bullying…).

 

“Hacer caso” es que nadie se quede sin estudiar por falta de tiempo (una joven que debe hacer de ama de casa y cuidar de sus hermanos pequeños, no puede “perder” tiempo estudiando…). Más becas y mejor dotadas.

 

“Hacer caso” es que nadie asuma lo de “a tu edad, yo ya trabajaba”. Más programas de refuerzo educativo desde edades tempranas, para que nadie se quede atrás.

 

“Hacer caso” es que no cunda la desmotivación por cualquier situación personal o familiar (desahucios, paro, salud, carencias de todo tipo…). Más becas y menos requisitos.

 

“Hacer caso” supone que los padres quieran estar con sus hijos y no exijan colegios-aparcamiento (con programas de desayuno-madrugadores, jornada continua o partida, comedor y actividades extraescolares vespertinas…). Planes de conciliación y permisos de paternidad obligatorios.

 

“Hacer caso” supone que los padres puedan estar con sus hijos y disfrutar de compartir su tiempo y su educación. Racionalización de horarios laborales y más días de vacaciones al año a cambio de mayor productividad.

 

“Hacer caso” considera centrar el futuro en los jóvenes para evitar el “¡total para qué estudiar si habrá que emigrar!”. Si pretendemos un cambio productivo a nivel de país basta dejarlo en manos de los jóvenes. Es muy probable que se alejen del “modelo ladrillo” y esquiven servir a los turistas que invaden nuestro país a modo de balneario temático de sol y playa.

 

“Hacer caso” evidencia bajar radicalmente las tasas de matrículas universitarias, de escuelas de idiomas, de danza, conservatorios… para que en caso de duda entre estudiar o ponerse a trabajar mientras se estudia… un joven pueda poner el 100% de su talento en él. Y es que el tiempo no espera para nadie…

 

¡Ah, si todo esto estuviera garantizado por ley para los menores de edad y para todo quien quisiera llegar hasta los estudios universitarios de doctorado! Debemos “hacer caso” a los niños y jóvenes, proporcionarles excepcionales profesores y los recursos materiales necesarios, así como los mecanismos intelectuales adecuados para afrontar cualquier contingencia, al tiempo que estimular su conciencia crítica necesaria para conducirse en la época que les ha tocado vivir. ¿Para qué? Pues por ejemplo para vivir todos mejor y eludir aquella famosa cita atribuida a Charles de Gaulle: “cuanta más gente conozco, más quiero a mi perro”.

 

Fotografía en http://eltipografo.cl/2016/02/vacaciones-que-hacer-cuando-un-nino-dice-mama-estoy-aburrido/

Join the discussion One Comment

  • Anónimo dice:

    Totalmente de acuerdo con el artículo Mª Ángeles…qué importante es potenciar la autoestima entre nuestros pequeños…