26 septiembre, 2016

Cuando nuestros hijos y alumnos pueden aprender solos por internet, de forma autodidacta, con una película, un huerto virtual, un vídeo de pesca o rascando un violín todo se convierte en fácil, asequible. Podríamos hablar de una educación democratizada (“basta internet”, es decir, todo quien pueda acceder a la red).

Pero tener acceso a la información no garantiza que inmediatamente tengamos unas ganas irrefrenables de pulsar la tecla “intro” para descubrir por qué el agua hierve o quién era un tipo llamado Tutankamón. En casa, desde que tengo uso de razón, mi padre nos cuenta con humor que había dos payasos muy animados, uno de ellos haciendo de señor, muy orondo él, que había inventado una máquina perfecta que ponía a todo el mundo en marcha, en movimiento, a trabajar. Así, bastaba que cada mañana alguien se levantase a pulsar el susodicho artilugio.

– “¡Ja, ja, ja, ja!”-, rompió a carcajadas su interlocutor, el otro payaso.

– “¿Por qué te ríes?”-, le riñó. “Es el mejor invento de la humanidad”.

Y su amigo le espetó, aún sonriente:

– “¿Y quién se levantará cada día, al alba, a apretar el botón?”

Silencio profundo…

Pues en estas estamos, en quién empieza, quién crea, quién lleva la iniciativa… Tener ganas, fuerza de voluntad, curiosidad, son emociones y valores fundamentales que deben educarse, entrenarse desde la infancia o, por lo menos, no perderse. La voluntad es un montón de cosas extraordinarias, basta recordar el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española:

1. Facultad de decidir y ordenar la propia conducta.

2. Acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola, o aborreciéndola y repugnándola.

3. Libre albedrío o libre determinación.

4. Elección de algo sin precepto o impulso externo que a ello obligue.

5. Intención, ánimo o resolución de hacer algo.

6. Amor, cariño, afición, benevolencia o afecto.

7. Gana o deseo de hacer algo.

8. Disposición, precepto o mandato de alguien.

9. Elección hecha por el propio dictamen o gusto, sin atención a otro respeto o reparo. Propia voluntad.

10. Consentimiento, asentimiento, aquiescencia.

Los conocimientos por sí mismos valen lo que son y nada más, pero sin alguien que los conozca, manipule, construya, imagine, fantasee sobre ellos y, sobre todo, sea capaz de crear no valen nada. Lo “lógico” y lo “manual” pronto, previsiblemente, lo harán robots… Y hará falta, mucha falta, la fuerza de voluntad para pulsar un botón y mantener viva la llama de la innata curiosidad con la que todos nacemos de serie y crear. Curioso: “inclinado a aprender lo que no conoce”. ¡Qué definición tan inspiradora! Y claro, he aquí un ejemplo revelador: “no tengo ningún talento especial pero tengo una curiosidad apasionada”, repetía Albert Einstein. Aunque creo que la asignatura troncal (si todavía se permite esta jerga educativa en el siglo XXI) de un sistema educativo utópico, de un currículo potencial, de una inteligencia que lo cubriera todo pasaría por educar la voluntad y la ilusión, la que viene de serie en todos los niños y se pierde a medida que crecemos. Eso debería ser lo fundamental porque con eso se puede todo, todo, todo.

¿Y cómo se motiva y cómo se estimula la voluntad, las ganas? Todos sabemos que si nos cuenta el argumento de una película “fulanito” nos quedamos enganchados, porque es que lo “vive”, lo narra con tal “pasión” y esa “lucidez” tan suya, que encandila hasta quien suele tener la atención de vacaciones… Y, además, suele crear adicción. Queremos que nos narre otra cosa, lo que sea, porque, definitivamente, dispone nuestra voluntad a la escucha, al descubrimiento… ¿Puede ser esto un gancho didáctico? Sí, por supuesto. Quizás hoy en día, el único método didáctico. Los docentes podemos ser transmisores de conocimientos o ser el ingrediente primordial que necesita toda persona: ser la llave para arrancar las ganas, la fuerza de voluntad. ¡Feliz día del docente, 5 de octubre!