20 febrero, 2017

La indefensión aprendida se da en una persona cuando “aprende” a comportarse de un modo apagado y pasivo porque tiene la sensación de no poder hacer nada para poder cambiar las situaciones complicadas y adversas que se le presentan. La psicología lo explica diciendo que eso se debe a que tras ciertos fracasos, errores, demandas contradictorias, desventajas, contrariedades, castigos, etc., se ha producido en ella un fallo en la percepción de control acerca de cómo hay que resolver las situaciones, induciéndola así a creer que es ineficaz y que no va a poder mejorar su situación en lo sucesivo. Quien la padece rebaja su influencia sobre la propia vida porque pierde la percepción interna de control (“locus of control” interno), y eso le va a llevar a manejarse con una dosis variable de inseguridad, insatisfacción, miedo, ansiedad, desamparo o depresión ante las circunstancias.

La tentación al retraimiento, la desgana, la pasividad y a desentenderse del esfuerzo es algo que acecha a algunos de nuestros alumnos cuando sufren resultados adversos y algunas cosas no les salen como querían. Lazarus y Folkman (1984) afirman que no son las situaciones en sí las que provocan una reacción emocional, sino la interpretación que realiza el sujeto de tales situaciones. Ahora bien, a las demandas externas e internas se las puede hacer frente ya sea centrando los esfuerzos en manejar los elementos de la situación, y/o tratando de aminorar o eliminar los sentimientos negativos que esos elementos nos provocan. Por el contrario, cuando uno decide adoptar una postura de afrontamiento no productivo o de evitación (Fryden-berg, 1997) -preocuparse, hacerse ilusiones, inhibirse, ignorar el problema reservándolo para sí, autoinculparse- eso le va a llevar al pesimismo, a la inacción y a que aumente la baja tolerancia a la frustración.

Nuestros alumnos adolescentes están en una etapa de la vida en la que les toca enfrentarse y dar respuesta a una serie importante de exigencias académicas y de retos existenciales complejos que les van a deparar, ineludiblemente, éxitos y derrotas. Por eso, dependiendo de cómo acierten a gestionar las adversidades, a procesar la dificultad que supone superar la frustración por los fracasos sufridos y a mantener el esfuerzo constante que la realidad exige, lograrán sortear o no los riesgos de “sentirse indefensos” en sus vidas. Sin embargo no olvidemos que la indefensión es un comportamiento aprendido y eso significa que se puede prever y cambiar. Para prevenir en los alumnos la indefensión aprendida, derivada de los fracasos y frustraciones, hace falta enseñarles a que incorporen un hábito de actuación que les ayude a cerrar el paso de modo sistemático a las actitudes de inhibición y evitación que conducen al repliegue o al bloqueo personal.

La indefensión aprendida es un estado anímico que no sólo se da en quienes son proclives a adherirse a un “locus” o lugar de control externo creyendo que, tras haber tenido algunos fracasos objetivos, están a merced del ambiente o las circunstancias, sino que puede también provocarse de modo expreso desde fuera infligiendo a las personas conductas de castigo, rechazo, desprecio o violencia de forma arbitraria, es decir, con independencia de lo que hayan hecho. Algunos ejemplos flagrantes los tenemos en la degradación aplicada en los campos de concentración nazis y en los gulags comunistas, en el maltrato doméstico, en el régimen de crianza paterna autoritario o en las víctimas de acoso escolar. Tanto en el primer caso, como cuando alguien se siente indefenso al ser machacado de modo injusto haga lo que haga, la persona acaba volviéndose vulnerable, con la autoestima seriamente tocada del ala, y se produce un desgaste psicológico relevante en su motivación para emprender metas vitales.

Educar para interiorizar un estilo de afrontamiento activo ante la realidad es una herramienta más de la enseñanza-aprendizaje e implica crear en los alumnos hábitos de pensamiento mediante la repetición, porque con la repetición de ciertas pautas es como se van creando los automatismos y rutinas que facilitan la acción y afianzan la resistencia frente a la frustración. Las auto-instrucciones son esenciales para monitorizar de modo vigoroso la propia conducta a la hora de afrontar cualquier situación o tarea exigentes. Los alumnos deben repetir internamente las instrucciones que les enseñemos acerca de qué pasos concretos es preciso aplicar, tanto para poder resolver un cometido como para ir flexibilizando el proceso al albur de las circunstancias. Las instrucciones no son sino pistas precisas de cómo hay que concentrarse, cómo conviene ir avanzando en el proceso y en qué hay que fijarse para dirigir de forma adecuada la atención, a fin de que el esfuerzo se canalice mejor. Son en definitiva pautas cognitivas de resolución, herramientas de pensamiento para llevar a cabo una acción resolutiva.

Enseñar a gestionar el pensamiento para guiar mejor el proceso de la acción crea en los alumnos un estilo cognitivo potente y relevante con el que abordar todo tipo de tareas y retos. En cualquier caso siempre deberemos acompañar esas pistas con una advertencia inexcusable: pese a todo lo que uno pueda hacer, la complejidad de la realidad nos va a imponer límites y resistencias. Es decir, que la ausencia de éxito y la presencia de fracasos es algo que va a ocurrir con más frecuencia de la que nos gustaría.

Decirles esto es muy fácil porque lo cierto es que cuando sufren derrotas significativas los alumnos sienten su impacto como una convulsión cuya potencia puede llevarlos a la indefensión. Lo más difícil es conseguir que sean capaces de elaborar un análisis constructivo del impacto producido por los fracasos haciéndoles entender que un fracaso no es un motivo que deba justificar sin más la caída en el pesimismo, la desmotivación y la indefensión por lo no conseguido. Simplemente viene a ser una faceta más de la realidad, una variable de posible ocurrencia tras cualquier tipo de iniciativa o proyecto que nos indica que hay que perseverar pero desde otra perspectiva, es decir, generando nuevas estrategias de acción. Hace falta presentar de forma constante estas claves básicas a los alumnos con el fin de ayudarlos a manejar con más aplomo unos buenos factores de protección frente a la indefensión aunque, como sucede con todo hábito que persigue un objetivo complejo, necesitarán ser muy constantes si quieren que acabe consolidándose en su personalidad.

El principio del deseo en los adolescentes necesita ser modulado instándoles a que aprendan a afrontar de modo paulatino y natural que la realidad circundante está construida con dificultades y límites de toda índole. Como guía de referencia que les aliente a no tirar la toalla se les puede ofrecer además el modelo de personalidad resistente (Bokassa, 1982) que se basa en adoptar en la vida un sentido de compromiso con lo que se debe hacer, incorporar la creencia de que pueden controlar lo que les pasa y por último juzgar los cambios como retos o desafíos positivos. Ésta es una vía para animar a los alumnos a que interioricen que, a pesar de que en la vida hay imposiciones ineludibles que nos condicionan, ellos sí pueden y deben implicarse en el abordaje de metas y logros posibles. De lo único que deben desconfiar y huir es de no creerse capaces de mantenerse sólidos y buscar soluciones.

Para los interesados en conocer cómo son los estilos y estrategias de afrontamiento de sus alumnos adolescentes, la editorial TEA ofrece el siguiente material:
FRYDENBERG, E.; LEWIS, R. ACS: Escalas de Afrontamiento para Adolescentes. Adaptación española de Jaime Perena y Nicolás Seisdedos. [ACS: Adolescent Coping Scale (Spanish version of Jaime Perena and Nicolás Seisdedos)]. Madrid: TEA, 1997