15 diciembre, 2013

Con una curiosa anécdota sobre un amigo suyo, nos contaba Richard Gerver la importancia de pertenecer a la tribu adecuada. Y no nos referimos a características socio económicas o culturales, sino más bien a círculos de interés que le permiten al individuo desarrollarse personalmente sin trabas.

Por desgracia, la educación no suele ofrecernos una visión global sobre el mundo antes de obligarnos a tomar diversas decisiones personales que afectan a nuestro futuro. De hecho, estas soluciones solían venir orientadas, únicamente, por nuestra familia o por nuestras amistades cercanas. De esta forma, nuestro camino en la vida se decidía sin que pudiéramos haber desarrollado nuestro potencial, sin que nos hubiéramos probado a nosotros mismos en diversos campos. Esta cuestión, que está relacionada con la rapidez con que se obliga a nuestros estudiantes a seguir determinados itinerarios, nos debe hacer reflexionar sobre la madurez del individuo, y, especialmente, sobre su capacidad para decidir por sí mismo, en una edad temprana, el camino que le interesa. Todos sabemos que un estudiante sabe cuáles son las áreas o asignaturas donde mejores resultados obtiene, pero eso no significa que pueda identificarse con los trabajos a los que podría acceder siguiendo un determinado itinerario.

Todas estos factores hacen que sea completamente decisivo el mundo que rodea al alumno, y es una pena, porque precisamente estas cuestiones deberían ser equilibradas por la educación. Y aquí sí hablo de las posibilidades socioeconómicas del estudiante, así como de sus condiciones familiares. Estos factores pueden acabar dirigiéndole a un lugar equivocado, un lugar donde no pueda ser feliz desarrollando todas sus facultades.

Si hay algo importante en la educación es la creación paulatina de ese criterio personal, que ayuda al individuo a decidir por sí mismo. Pensar que eso puede dejarse en manos de otras personas, coarta una autonomía que será totalmente necesaria para su futuro.

Cuando estas cuestiones se trabajan de forma adecuada, y los estudiantes comienzan a desarrollar de manera personal sus gustos, intereses y compromisos, empiezan también a formarse estos círculos de interés. Grupos de alumnos que comparten entre sí diferentes inquietudes. Si queremos fomentar la creatividad personal y la comunicación autónoma entre nuestro alumnado, no podemos perder de vista esta idea. Normalmente las agrupaciones se realizan de forma libre, por el propio interés del estudiante, lo que le enriquece de forma decisiva, ya que empezará a sentir que pertenece a un grupo de amigos donde no debe fingir acerca de sus gustos, inclinaciones o capacidades.

Esta cuestión, que tiene tanto peso en la convivencia en nuestras aulas, es fundamental también para el desarrollo emocional de nuestro alumnado. El sentimiento de pertenencia, así como la sensación de saber que los otros te comprenden, que comparten tus miedos y tienen sueños similares, hace que sea mucho más fácil enfrentar la adolescencia.

En cualquier instituto, debido a los objetivos relacionadas con el trabajo de aula, con el currículum que debe cumplirse, o con la programación del departamento, es muy complicado sacar tiempo para preocuparnos por este tipo de factores que tanto afectan a nuestros estudiantes. Por esa razón, lo que sí podemos hacer al menos, es establecer una planificación que facilite la relación entre los alumnos basándonos en actividades grupales. Podemos poner en marcha una serie de dinámicas donde entren en juego otras preocupaciones, gustos e inquietudes (teatro, música, diseño, arte, revista del centro, programas de radio, vídeos educativos…) De esta forma, lograremos establecer vínculos más profundos, y, sobre todo, relaciones más ricas, donde se abren nuevos espacios para la diversidad de gustos e intereses.

Un centro donde se establece una gran cantidad de actividades de este tipo, genera diversos ámbitos para la relación entre los estudiantes, y todos esos ámbitos son creativos, dinámicos, positivos. Gracias a ellos los diferentes alumnos pueden encontrar espacios individuales en ese enorme ecosistema que es un instituto de educación secundaria. Darles la posibilidad para que encuentren un lugar es, posiblemente, una de las mejores formas de conseguir que mejore la convivencia. Precisamente porque todos somos distintos, todos tenemos que hallar la forma de expresarnos. Puede que sea complicado poner en marcha todas esas dinámicas, pero quizá, cada vez que abrimos una puerta, hay un alumno que la cruza para quedarse. Ahora que en todas partes se habla sobre absentismo, convivencia y diversas problemáticas en las aulas, es cuando más tenemos que esforzarnos por habilitar, a través de este tipo de actividades, pequeños espacios para la diversidad de nuestro alumnado. Si lo hacemos estaremos consiguiendo que muchos de ellos encuentran su identidad en nuestras aulas, y, al hacerlo, puedan hallar también sus gustos, su futuro y una nueva forma de relacionarse con los demás.