21 abril, 2013

En estos momentos de crisis, en los que se suele hablar sobre los requisitos que piden las empresas, las necesidades de la sociedad y las dificultades que tiene la educación para dar respuesta a todas estas cuestiones, estamos comprobando como cada vez se alzan más voces que piden un profundo cambio pedagógico.

Si los estudiantes perciben una cierta efectividad en el sistema educativo, podrán implicarse en él en mayor o menor medida, pero si notan que el sistema educativo y el sistema social están desconectados, su interés por las asignaturas, las actividades y la adquisición del conocimiento, decaerán de forma notable. 

Precisamente, por ese desfase entre la educación y la realidad laboral, nos encontramos a una gran cantidad de estudiantes que no encuentran empleos acordes a su nivel de formación. Simultáneamente, tenemos también a toda una serie de empresas que deben invertir en costosos procesos de búsqueda de personal, porque no le llegan aspirantes con la preparación adecuada para los puestos demandados.

El quid de la cuestión, lo que marca la diferencia con otros procesos similares, es que, en esta ocasión, el problema no viene dado por la falta de conocimientos del personal. No es que no haya ingenieros, ni economistas, ni solicitantes con una cualificación realmente impresionante que habrían sido contratados sin duda en otro momento. El problema es mucho más profundo, y no está relacionado con el contenido: es la ausencia de toda una serie de recursos y actitudes que son totalmente necesarias en el mundo actual. No necesitamos personas capaces de hacer, de forma repetitiva, un trabajo mecánico. No nos hacen falta empleados que repitan una y otra vez la aplicación de una fórmula o el diseño estándar de cualquier estructura. Repetir no sirve. Las viejas soluciones han quedado obsoletas, y, simultáneamente, no hemos sido capaces de generar una educación que pueda dar respuesta a esta nueva realidad. La capacidad de innovar, de buscar nuevas soluciones, de trabajar en equipo, de comunicar de forma efectiva y de coordinar grupos de trabajo; todas estas cuestiones, por desgracia, no son demasiado trabajadas en nuestros centros educativos, y, sin embargo, son fuertemente demandadas en muchos empleos de la sociedad.

La forma en la que son demandadas es, además, bastante traumática, ya que podría sobrentenderse que, en una formación académica, deberían trabajarse de forma transversal.

Lo cierto es que el sistema educativo actual está muy lejos de incidir en estos aspectos, y las empresas, que ya no necesitan dóciles empleados, no saben qué hacer.  Algunas de las cuestiones que son más reclamadas actualmente, como el valor para poner en marcha nuevas iniciativas, el cuestionamiento del status quo para buscar nuevas soluciones, la posibilidad de trabajar con flexibilidad en un cambio de paradigma, son precisamente cercenadas en la educación tradicional, donde premiamos otra serie de cuestiones, olvidándonos de la importancia que tienen todas estas actitudes.

Y lo más terrible es que nuestros propios alumnos están comprendiendo esto. Ven que tener estudios superiores no es ninguna garantía de empleo, como no lo es tampoco ninguna otra opción. El hecho de que no estemos dando una respuesta educativa adecuada a las necesidades de nuestro alumnado, hace que los estudiantes estén desconfiando del sistema educativo. En la mayor partes de las ocasiones, cuando hablamos sobre este problema, se hace en términos económicos, pero la decepción que supone para muchas personas darse cuenta de que el tiempo y el dinero que han invertido en su educación no ha resultado en absoluto efectivo, implica una ruptura y una decepción muy fuerte.

Puede que sea una obligación de nuestros políticos acercar la escuela a la sociedad, y estudiar las necesidades de empleo que pueden ser apoyadas por el sistema educativo. Pero nosotros, como docentes, también podemos hacer algo. Debemos replantearnos nuestra forma de enseñar, acostumbrándonos a fomentar la participación y la implicación de nuestros estudiantes. 

La propia presión que, desde muchos centros, se impone al alumnado, hace que tengan que gestionar una gran cantidad de deberes diarios, así como numerosas tareas con fechas límite que conllevan una gran dedicación de tiempo. Para poder cumplir con estas obligaciones que impone el sistema, eliminan otra serie de actividades que tenían en la imaginación y la comunicación sus aliados fundamentales. Es cierto que el ocio, ahora mucho más relacionado con los medios digitales, también ha cambiado. Si a las cuestiones académicas le sumamos también esto último, nos damos cuenta de que además de limitar su tiempo, reducir la calidad de su ocio e imponer una gran presión académica, no estamos ofreciendo pautas ni recursos que les permitan afrontar los retos del futuro de una forma creativa. Y eso es los que va a demandarles la sociedad. Les va a pedir imaginación, comunicación, innovación. Nosotros, como docentes, debemos plantearnos ir poniendo nuestro grano de arena para hacerlo realidad. Puede que los estudios sobre legislación, los cambios académicos y las mejoras educativas lleven su tiempo, pero nuestros estudiantes no lo tienen. Dependen de nosotros.

Óscar Martín Centeno

Acción Magistral