3 julio, 2015

Todos los que nos movemos en entornos educativos sabemos que existe un grupo de alumnos con quien es muy fácil trabajar, pero hay otros en situación de riesgo y a quienes debemos prestar especial atención, cariño y cuidado si queremos hacer brillar todas sus potencialidades.

Recientes investigaciones han puesto de manifiesto que cuando los alumnos sienten una especial conexión con los maestros, con los demás estudiantes o con la misma escuela, su rendimiento mejora. Los estudiantes emocionalmente conectados presentan tasas inferiores de violencia, acoso escolar, ansiedad, depresión absentismo y abandono escolar.

En una investigación realizada con una muestra representativa de 910 alumnos de primer grado en EEUU, observadores entrenados evaluaron el efecto del estilo de enseñanza de los profesores y el aprendizaje de los niños que presentaban mayor riesgo de fracaso escolar. Los mejores resultados se produjeron cuando los maestros:

  • Conectan con el niño y responden a sus necesidades, estados de ánimo, intereses, y capacidades, lo que permite que guíen sus interacciones.
  • Establecen un clima positivo en el aula con conversaciones agradables y estimulantes y muchas risas.
  • Son amables con sus discípulos y mantiene una “consideración positiva” hacia ellos.
  • Gestionan adecuadamente el aula, con expectativas y rutinas claras, pero lo suficientemente flexibles como para que los alumnos no tengan problemas en seguirlas.

Por el contrario, los peores resultados se producen cuando el maestro considera y trata al alumno desde la perspectiva del “ello” y no conecta con él, mostrándose distante y desconectado. Suele coincidir que en en este tipo de interacciones, el enfado es más común y el recurso de métodos punitivos para restablecer el orden más frecuente.

La investigación también ha puesto de relieve que los maestros amables y sensibles promueven el aprendizaje de los alumnos más problemáticos.

Cuando leí estas conclusiones en “La Inteligencia Social. La nueva ciencia de las relaciones humanas” de Goleman me sentí plenamente identificada con ellas porque mi experiencia así me lo ha demostrado y pensé que podía ser una idea interesante para un nuevo blog.

Pero ¿cómo podemos conseguir esta conectados con nuestros alumnos? Para responder a esta cuestión quizás sea necesario plantearnos una serie de reflexiones previas:

¿Cómo propiciar el contacto con las emociones que emergen durante la acción educativa?

¿Cómo aprender a gestionar las emociones para la mediación y solución de conflictos?

¿Qué herramientas facilitan la apertura a la experiencia, la empatía con el otro?

Las personas somos y nos definimos no sólo por nuestros actos sino por nuestras palabras y nuestros gestos que en ocasiones, comunican mucho más que nuestras palabras y por las emociones que sentimos y transmitimos a los demás.

En un taller al que asistí sobre “Cuerpo, palabra y emoción” después de escuchar el cuento “Mamá, ¿de qué color son los besos?”, se nos plantearon las siguientes cuestiones: ¿de qué son los besos que te dan en la escuela? Y de ¿qué color son los besos que no te dan en la escuela?

Si les planteásemos esta actividad a nuestros chicos y chicas, nos daríamos cuenta como cada día estamos continuamente utilizando gestos que nos acercan a nuestro alumnado pero también otros que nos alejan de ellos. Gestos como una sonrisa, un pequeño guiño, un abrazo, un beso ante una conducta positiva de un alumno o ante una situación que le ha generado preocupación o ansiedad pueden ser mucho más efectivos si queremos llegar a su corazón y ayudarle a encontrar esa seguridad que necesita para crecer sano emocionalmente.

Quizás debiéramos como docentes analizar qué tipo de comunicación establecemos con ellos y para ello debemos analizar el lenguaje utilizado (uso un lenguaje positivo que propicia la conexión con mis alumnos y por tanto el acercamiento o todo lo contrario, un lenguaje amenazante, violento, un lenguaje que cada vez me separa más de esa persona a la que quiero educar).

Las emociones son relevantes en los procesos de formación y desarrollo de las personas: a veces bloquean sus posibilidades y otras las potencian. Debemos ser conscientes de que es necesario que cada uno de nosotros, como docentes, seamos capaces de identificar, regular y gestionar nuestra propias emociones para poder utilizar esas gafas de la empatía que me van a permitir saber lo que cada uno de nuestros alumnos está sintiendo y viviendo. Esta información será clave para ayudarle a gestionar esas emociones que en muchas ocasiones le hacen sentirse frustrado, inseguro, con miedo,.. y que la mayor parte de las veces constituyen el origen de sus conductas negativas.

Partiendo de la perspectiva sistémica que concibe la integridad de la persona como unidad de cuerpo, intelecto y emoción, debiéramos reflexionar en torno a las prácticas educativas que facilitan la mirada interior. Esta mirada interior es la única capaz de crear unos vínculos afectivos entre educador-educando, los cuales van a generar un entorno escolar seguro y estable donde los alumnos experimenten mayor número de emociones positivas, un entorno donde se produzcan interacciones positivas y un entorno donde aprendan más porque sólo se puede aprender cuando uno está rodeado de personas que conectan emocionalmente contigo.

Sería interesante dedicar un tiempo en las aulas para trabajar distintas dinámicas y juegos emocionales que nos ayudarían a mejorar esa mirada interior hacia cada uno de los niños y niñas con los que interactuamos cada día.